miércoles, 27 de enero de 2010

Ngorongoro




Un descanso más que merecido, después de dos jornadas y otros tantos kilómetros por delante, era momento de "caminar en Jeep" entre la estepa masai cruzando masailand rumbo a Mto Wa Abu, una pequeñisima aldea entre plataneras base de la antrada al parque natural del lago Manyara. Una exquisitez, pequeña escala rumbo del Ngorongoro, una de las mil maravillas, su fauna es tan impresionante que uno retrocede en el tiempo y se puede ver agazapado detrás del rifle del gran cazador Selous aunque..., claro está, visto desde la perspectiva colonial romántico-británica. No tuve intención de traerme ninguna fiera, algunas de ellas lamieron el objetivo de mí cámara. En el cráter, que no es más que la mayor caldera del mundo, siempre hay fauna, mientras su homólogo el Srengueti queda a expensas de las migraciones. Para octubre en concreto se mueven hacia la vecina Kenya para alcanzar los pastos de Masai-mara, al otro lado de la frontera.
Elefantes, banadas de ñus y búfalos, hienas, leones, hipopótamos... en su estado más natural, protegido unicamente por un jeep que amenaza no arrancar. Uno no puede más que fundirse con el entorno, rendirse ante la evidencia y perderse en el más recóndito de los anonimatos de la privilegiada Tanzania donde el hombre es un mero siervo de la naturaleza. Aún sin haber estado en otros parques me atrevería a decir que muy pocos deben ser comparables con la inmensa caldera del Ngorongoro, un cráter perfecto en cuyo interior podría colocarse la ciudad de París.

La mosca tsé-tsé acecha, dicen de ella trasmitir la enfermedad del sueño, yo cazado por una extraña libelula no pude más que liberarme de su aguijón, su escozor apenas quedó eclipsado por la belleza que mi retina iba atesorando.

Después de tanto y entre llamadas cortas optamos por seguir ahora rumbo al Índico. Dar -es-Salam, la caótica Dar..., en suajili remanso de paz, ciudad mezcolanza de cultura árabe, India, Swahili... aguarda espesa entre timadores ,falsos billetes y poca paz la verdad. No aconsejaría un viaje a Dar pero yo sí que lo haría tumbado de nuevo en el camastro de aquel hotel con más de 12 horas de autobús por la querida África, cubierto por los seiscientos kilometros que separan Arusha de Dar, frente a un ventilador esperando el rezumbar de sus barcos antes de emprender rumbo a Zanzibar, el paraiso sin más.