lunes, 19 de enero de 2009

Aladin Brahim


Tras cinco días por el cielo marroquí, decidimos darnos una tregua de al menos dos jornadas de descompresión, de noches más largas donde bajar las pulsaciones de nuestras “cafeteras” y comentar los mejores momentos de nuestra estancia en el cielo con un buen cous-cous entre manos, dando gracias al grande parafraseando las palabras de nuestro anfitrión, cuando ya echábamos de menos la llamada del almuédano a la oración, la misma que nos seguía despertando a las cinco de la mañana…, como cada día en la indomable ciudad roja de Marraquech.
Así nos regalábamos una última noche, esta vez en la casa de Brahim, sita junto a la mezquita de Imlil.
Brahim es la persona más sonriente que encontré jamás en Marruecos y sin duda un proveedor incansable… de cualquier cosa, si quieres pan… te lleva hasta el mismo horno para que sientas el fuego, el aroma de la harina…, como un rayo mientras libera sus piernas con un leve tirón, levantando la estrecha djellaba que ahora pende de su hombro derecho como un césar, muy peculiar pero un césar. Liberadas sus extremidades el nervio le mueve compulsivamente mientras deja hervir su sangre bereber. -Un taxi ?...,te lo mete en casa. Sería capaz de conseguirte un avión en la mismísima plaza del pueblo si pudiera mientras te enseña su credencial montañera que respalda un viejo diploma amarillento colgado de su multifamiliar casa con la fotografía del personaje más influyente de todo el Atlas; Aladin Brahim… de apodo, el magnífico.
Aquella tarde nos despedimos del Atlas rumbo de nuevo al kilometro cero; Marraquech, la abrumadora y asfixiante ciudad de las mil y una caras, tan bulliciosa como hermosa…, mágica…, cuyas noches anaranjadas alegran cuentacuentos, sonidos de viento y percusión. No creo que pueda olvidar jamás el fuerte olor a clavo y a hierbabuena de sus zocos, el color de sus noches, ni la incesante llamada del almuédano desde la Koutoubia, muy alejado de frases hechas, mientras la ciudad roja infarta de belleza.

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