jueves, 15 de enero de 2009

Bonjour Imlil


El alma se adelanta, coge el avión y se marcha sin pedir permiso.Sin pasaporte, dinero o lajas. Lo hace unos días antes dejando desprovisto al cuerpo de algunos sentidos básicos pero no vitales, descuidando la concentración hasta que el resto del yo sale a su búsqueda. Yo dí con ella en la plaza de Jema el Fna, sita en el centro de Marraquech, el día de gracias tras el noveno mes…; el Ramadán. Regateaba una daga tuareg en alpaca, de incrustaciones nobles y dientes de camello… con unos mercaderes.
Hube de realojarla, después de una trifulca con ella, cerca del corazón para continuar esta vez ya juntos a bordo de un ‘grand-taxi ‘ camicace rumbo a Imlil por la serpenteante carretera que dibuja la rambla de un río, dirección al lugar que le prometí un año antes..., un capricho: el ascenso al pico más alto de la cordillera del Atlas, el yebel Toubkal.
Imlil es parada obligatoria para todos los montañeros que acaban por esta región Bereber. Una pequeña localidad situada en un fértil valle de manzanos, zanahorias y patatas que acaban humenado tajines y bandejas de cous-cous.
En la plaza del pueblo, Brahim espera a cada uno de los montañeros para ofrecerles su casa y una mula con que portear el quipo hasta el C.A.F. (refugio que gestiona el club alpino francés en la base del Toubkal), sin previo aviso claro está… En este país no hay horarios, ni horas. El reloj se convierte en un mero instrumento ornamental poco útil. Cuando se convive con el horizonte, el sol y la luna como telón de fondo, sin cementos grises y opacos que enturbien aún más la vista …, la ‘hora’ pasa a transformarse en palabras; la hora de comer, de la oración, de dormir … de nada. Un lugar donde querer significa dar y buscar encontrar…- Bonjour Imlil.

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